domingo, 20 de marzo de 2016

#sonconsejosquestabayodandome

Era, y aunque parezca típico, una fría mañana temprana, muy temprana y muy fría. Y de repente, en medio del camino, fue una mañana temprana, fría y rozando el diluvio. A medio camino de aquel paseo que te dirigía al grec, me cobije debajo de un gran árbol que ocupaba la estrecha acera. La luz azulada de madrugada iluminaba medianamente el camino. Eran las 6 de la mañana.

En aquel preciso momento, mire la lluvia y después mire el árbol. Me enorgulleció caer en la hermosa idea, de que, la mayoría de cosas que siempre están no le damos importancia por este simple hecho y que hasta que no las necesitamos no les damos el valor. Como aquel árbol, que después de infinitas vueltas a casa pasando por su lado sin siquiera mirarlo, hoy me resguardaba des interesadamente de la lluvia. Ahí me prometí jamas dejar pasar desapercibida ninguna de las cosas que siempre están y que por eso caen en la dolorosa indiferencia. Quise abrazar al árbol y a aquella mañana.


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